Dentro de una casa oscura se asoma una columna de televisores llenos de cintas VHS, un santuario pagano a dioses análogos olvidados. Las pantallas crujen y pop sin fin con vistas monocromo de ruido blanco estático que impregna el cerebro y la concentración de niebla. Pero debes luchar contra la necesidad de relajarte: no es una mera noche de cine. Estos carretes obsoletos contienen más que sólo cinta magnética. Están impresas con el alma misma del mal.